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martes, 2 de abril de 2013

THE BYRDS: PÁJAROS DE DOCE CUERDAS. UNA (BREVE) HISTORIA SOBRE EL GRUPO

Este libro no es ninguna novedad. De hecho fue editado en 2007 por la Editorial Milenio (número 30 de su colección Música) y desde entonces la tenía en mi Lista de Lecturas Pendientes, por falta de tiempo y por tener aún fresca en mi memoria toda la información que recopilé para una pequeña biografía de los Byrds incluida en el número 2 de Making Time (edición en papel). Finalmente dejé de vaguear y me puse a ello, y quería plasmar unos cuantos pensamientos que su lectura me provocó. 
En primer lugar, por supuesto, es de agradecer una biografía en castellano de una de los mejores grupos de música popular del siglo XX, tan necesitado como ha estado tradicionalmente nuestro mercado bibliográfico de este tipo de obras. Así que bravo por la labor de su autor, Guillermo Soler, que ha elaborado una sucinta historia del grupo y su obra, apropiada para no iniciados y para aquellos que estén descubriendo tan magno legado discográfico.
Y sucinta porque la cosa se resuelve en 150 páginas, y no todas dedicadas a la trayectoria del grupo entre 1965 y 1973, los años donde se concentra su discografía esencial. De hecho todo ese trayecto lo vemos en 56 páginas, con lo que quedan fuera retratos más profundos de la personalidad de cada Byrd y sobre todo detalles de giras (me quedé con ganas de más sobre sus visitas al Swinging London), relaciones con otros grupos (seguro que hay muchas, muchas historias) y narraciones más abundantes sobre la grabación de sus discos, aunque sean aburridos (para mí no lo son) detalles técnicos y del trabajo de composición y grabación. 
Más de la mitad de la obra se dedica a lo que promete el título: la saga de los Byrds, es decir la trayectoria de sus miembros en solitario o con otros músicos, y sus trabajos posteriores a dejar el seno de la banda madre. Es de agradecer un directorio sobre personajes, músicos o no, relacionados con los Byrds (con lo que se cumple en mi parte mi deseo de saber más sobre las relaciones de McGuinn y los suyos con contemporáneos) pero queda algo frío y apresurado. Una integración de esas relaciones en la narración quizá hubiese quedado más natural y fluido. 
El tono general de la obra es de admiración hacia una buena parte del legado del grupo, sobre todo sus discos iniciales hasta que, salvo McGuinn, abandona el último Byrd fundador. Luego se pueden encontrar cosas verdaderamente interesantes fuera del ámbito estrictamente de los Byrds. Es decir, caemos en una serie de lugares comunes que la historia del rock ha intentado imponer sobre los Byrds: Roger McGuinn malgasta energías y mancha el legado del grupo manteniendolo vivo con miembros "de segunda", Gram Parsons va dejando muestras de su genio y de saber aprovechar lo iniciado por otros en su carrera post-Sweetheart Of The Rodeo (1968), el disco de reunión de 1973 es lo más flojo de la carrera del grupo (bueno, eso es cierto)...
Sé que voy contra cuarenta años de mitología del rock, pero pienso que se ha glorificado excesivamente la imagen de Gram Parsons. Y aún más si defiendo con fervor el derecho de McGuinn a mantener vivo al grupo y a facturar dignísimos discos, aún más, de lo mejor que podemos encontrar en el género del country rock. Distintos, con espacio para cierta heterogeneidad, con un sonido excelente y ejecutados por músicos soberbios a los que Roger McGuinn cede un gran espacio para expresarse e incluso para ser protagonistas. Algunos lo califican de desidia; para mi es generosidad y reconocer el talento cuando éste es evidente.
El autor señala que los discos de esos Byrds "de reemplazo" están caracterizados por la falta de innovación que impulsó los primeros discos del grupo hacia el altar de mitos del pop-rock. No puedo estar más en desacuerdo con la obsesión por la innovación y el "evolucionar" en esto de la música popular; una banda capaz de facturar joyas como el Untitled (1970), Dr. Byrds & Mr. Hyde (1969) o el Ballad Of Easy Rider (1969) (que cada vez me gusta más) no necesita innovar sino demostrar que siguen siendo los mejores en lo que hacen, emotivos cuando corresponde o enérgicos o tradicionales o profundamente modernos. Todo lo que venían haciendo antes puede verse no como una búsqueda de la innovación sino de su propuesta, de su sonido, que les llevaría a esos discos finales, aderezados por supuesto con las aportaciones de talentos como Clarence White o Gene Parsons. No importa, por supuesto, su relativa decadencia comercial, ya que hablamos de otra cosa. Eso sí, me alegra pensar que el autor y yo estamos de acuerdo en que el mejor disco de los Byrds es el Notorious Byrd Brothers (1968).
Por cierto, en el listado de obras posteriores de los músicos el autor reconoce que no conoce el primer disco en solitario de Gene Parsons, Kindling de 1973. Espero que en el tiempo transcurrido haya remediado ese error ya que es una obra de obligada escucha que parte del country rock para adentrarse, en ese momento, más que nadie de sus compañeros de grupo o de escena en el country, el bluegrass y la música tradicional de los Apalaches. Toda una obra pionera a cargo del responsable de algunos de los mejores momentos de los Byrds de McGuinn. Este tipo siempre fue de mis preferidos de la formación final del grupo (¡por fin tenían un batería de verdad!). Mucho más interesante que la producción ochentera de David Crosby o que las innumerables reuniones de éste con Graham Nash.
No quería dejar de señalar la desidia puesta por Milenio en la edición del libro arruinando buena parte del trabajo del autor. El libro está plagado de errores ortográficos y de redacción. El corrector de la editorial debía de estar de vacaciones cuando el libro entró en imprenta. Seguro que no cometen esos errores con una biografía sobre Sabina o algo por el estilo.
David