martes, 25 de febrero de 2014

SUNSHINE DAYDREAM

En octubre de 2013 la discográfica Rhino lanzó al mercado una amorosa edición con uno de los conciertos más famosos y más reverenciados por los Deadheads, un maratoniano concierto de más de tres horas de los Grateful Dead en la apacible pero terriblemente calurosa tarde del 27 de agosto de 1972 en Veneta, Oregon, una ocasión que pilló al grupo en uno de sus múltiples momentos de gracia suprema (pasados los años de los acid tests, la banda seguía explotando su habilidad instrumental en largos desarrollos e improvisaciones pero bendecidos con los hallazgos melódicos de sus discos de conversión al country rock y a la música de raíces norteamericana) reunidos en beneficio de la lechería que había montado Ken Kesey, de los Merry Pranksters, que presentaba la velada junto a su colega Ken Babbs (para saber quiénes eran estos tipos, si alguien no conoce al Kesey escritor, imprescindible la lectura de Ponche de Ácido Lisérgico de Tom Wolfe).
La edición, cuidad y lujosa aunque no demasiado cara y en la que como único defecto se le puede echar en cara la carencia de un libreto con notas explicativas y fotos, reune tres CDs con todo el concierto (que fue precedido por un set de los New Riders Of The Purple Sage editado también en CD hace unos años) con mágicas versiones de favoritas mías del catálogo de los Dead como son China Cat Sunflower, I Know You Rider, Casey Jones, Me and My Uncle, Playing In The Band, la jubilosa Bertha o lo que es la joya del set, una Jack Straw en la que Weir y Garcia intercambian la voz solista, interpretada pausada y melancólica, explotando al máximo las armonías vocales a lo C,S&N y en la que el piano embellece la pieza hasta niveles sobrenaturales.
Junto a los discos se incluye un DVD con el documental que se rodó durante el concierto con una selección de canciones del mismo aparte de multitud de imágenes de los Merry Pranksters y de la audiencia, por supuesto. Todo un retrato del hippismo de principios de los 70, la vida comunal y los Deadheads, bastante a menudo desprovistos de cualquier ropa. Es una bella pieza con el típico ritmo y montaje saltarín y descentrado de la época en casi cualquier documental y film relacionados con la música, y muchas veces más centrado en lo anecdótico que en la actuación y la música. 
En cualquier caso su visionado es toda una experiencia y es emocionante y excitante ver a los Grateful Dead en plena forma, además de que reafirma mi teoría de que tocar en un concierto con una camiseta de tu propio grupo es un momento que trasciende cualquier noción de lo cool (que se lo digan a Phil Lesh y a Bill Kreutzmann) y gracias a él podemos comprobar que era un momento histórico en el que, en términos de estilo hippy y roquero, el seguidor de a pie le había robado el puesto a los propios músicos, como se puede comprobar en los títulos de crédito finales a ritmo de Greatest Story Ever Told. Los roadies, cámaras, técnicos, etc. están, más que la banda, a la última estéticamente!
David

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